El día que descubrí la eyaculación femenina.
Mi primera mañana del 2010 comenzó con una conversación sobre pornografía mientras desayunábamos.
Mi amigo escocés, que además es profesor de leyes, nos habló del squirting, un fenómeno en el cual la mujer podía eyacular como un hombre o algo así. En ese momento nos reímos de él y le dijimos que esos eran trucos del porno, ¡o del diablo! Pero una de mis amigas interrumpió y nos dijo que una vez le sucedió algo por el estilo, pero que el chico se fue muy enojado porque pensó que lo había orinado. Ah, ¡simple mortal!
El primer video que nos mostró fue el de la diosa Cytherea, y digo “diosa” porque creo que ella realmente es la diosa griega bajada del cielo. Esta mujer tiene la capacidad de tener orgasmos que podrían salvar algunos de los problemas del mundo. A pesar de los ojos en blanco, los chorros y estremecimientos de esta mujer y la terrible experiencia de nuestra amiga, nosotras seguimos pensando que eran trucos o que solo era pipí.
Fue así que decidimos llamar una amiga sudamericana que usualmente tiene la moral a dieta para usarla como conejillo de indias con nuestro amigo escocés. Después de una noche de copas por el centro de Nápoles, volvimos a la casa de mi novio, donde decidimos encerrarlos y llevar a cabo el experimento. A decir verdad, no tardaron mucho. Nosotros esperábamos en la sala tomándonos el segundo último whisky cuando salieron. Al ver la sonrisa de satisfacción de mi amigo, corrí al cuarto a preguntarle a ella cómo habían salido las cosas. Se limitó a mostrarme una mancha enorme en la pijama que yo le había prestado (¡ew!) y asintió con la cabeza marcando con los dedos el número dos. ¡Ese cabrón la había hecho squirtear DOS veces!
Desde ese día, nació en mí una obsesión: yo también tenía que squirtear.
Leí innumerables artículos, vi millones de pornos y algunos tutoriales, de los cuales éste vale mucho la pena. El punto es que desde 2010 intenté todo de todo con mi novio. Que si la posición de la mano, que si yo arriba y él abajo, que si intentábamos durante 40 minutos hasta que se le acalambrara la mano, bueno, una historia que se resolvió hasta el 2013. Sí, ¡TRES AÑOS! Tres años de intentos e intentos que me habían hecho casi resignarme. Había leído que no todas las mujeres estábamos hechas iguales, que no todas podíamos y llegué a pensar que tener vagina no tenía ya ningún sentido.
Pero como siempre en el ciclo de la vida (Naaaaants Ingonya ♪), las cosas las encuentras cuando las dejas de buscar, así como por casualidad.
Resulta que un buen día a mi novio le llegó la idea suicida de casarse conmigo y entre otras cosas, le dije que si me iba a casar con él, primero tenía que quitarme todo tipo de ganas, entre ellas probar con una persona de color. Obviamente me mandó a volar, pero en unas vacaciones juntos pasamos por una sexshop y decidió románticamente regalarme un dildo negro ENORME como diciendo: “ A ver si muy salsa”. Regresando al hotel intentamos de todo, pero a mí esa cosa nomás no me entraba, así que terminé echándome para atrás y no volví a jugar al Mandingo durante todas las vacaciones.
De regreso en casa, un día tuve una visión. Bueno no, nomás estaba muy cruda y cachonda y cuando me quedé dormida soñé que squirteaba. Desperté con una mezcla de frustración, emoción y lástima que provocaron que lo interpretara como una premonición. Volví a la batalla, busqué más artículos y encontré un diagrama muy explícito de la anatomía de la vagina. Pensé: “¿Por qué dicen que no todas somos iguales o que no todas podemos hacerlo, si todas venimos equipadas con lo mismo?” No es que unas traigan un interruptor mágico y otras no. Además del diagrama, encontré un video muy chusco de unas viejitas, sí, ¡UNAS VIEJITAS! que me decían lo chido que era y lo fastidioso que era limpiar el tapete. ¡Ellas a mí!
Pues el video decía como en todos los pinches lados donde había buscado, que la clave era el clítoris y el punto G. La idea me prendió un poco, así que le eché una mira dita a mi amigo Mandingo, que llevaba empolvado ya un rato. La verdad es que estaba más mojada de lo que me esperaba y esta vez, aunque a paso lento, el dildo comenzó a entrar casi por completo. Empecé a tocar mi clitoris al mismo tiempo que usaba el juguete y sentí que el dildo tocaba una campanita muy muy en lo profundo. Luego pensé que tal vez ese era mi punto G y que estaba tan dentro, que ni mi mano ni la de mi novio, ni la de King Kong podía tocarlo. Ese día había tomado mucha agua y comencé a sentir ganas de hacer pipí, pero la idea de orinarme mientras me masturbaba como premio de consolación si no squirteaba, me excitaba. Después de darle y darle y no lograr venirme, el brazo se me estaba acalambrando y pensé me iba a dar un paro cardíaco. Imaginé mi epitafio: “1986-2013. Murió de un infarto fulminante provocado por un enorme dildo. RIP”. En cierto punto nada más me solté, relajé todo mi cuerpo, me resigné y expulsé el juguete con la vagina, naturalmente y con él, se vino un chorro enorme que mojó las paredes y el espejo que tenía enfrente. Lo primero que pensé fue: “¡Puta madre! Ya me hice pipí”, pero no, algo me decía que eso no era pipí. Observé curiosa el líquido y no olía a pipí, lo cual era prácticamente imposible después de la Fontana di Trevi del alcohol que me había tomado la noche anterior; tampoco era amarilla, era blanca, imposible por la misma razón. La emoción me hizo repetir el experimento y ¡oh, sopresa! Cuando el dildo volvió entrar, sentí que mi cuerpo se estremeció, aunque no había tenido ningún tipo de orgasmo, mi vagina estaba cien veces más sensible y todo era mucho más placentero. Volví a repetir y repetir la técnica penetración-estimulación y expulsión del juguete una y otra vez hasta que alcancé un orgasmo con squirting. Eso sí, nunca dejé de hidratarme.
Moraleja: Todas podemos squirtear. Todas venimos con glándulas para uretrales, un punto G, un clítoris y músculos vaginales que bien entrenados, ya sea para contraer como para expulsar, pueden hacer maravillas. El chiste es encontrar a ciegas dónde te acomodaron los muebles. El secreto está en nunca dejar de experimentar, sola o acompañada, con juguetes eróticos o con manos, en todas las posiciones posibles y sobre todo, como en todos los grandes deportes, la paciencia y la perseverancia juegan un papel fundamental.
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